Volvió a ocurrir. La llegada de la inauguración de Donald Trump provocó otra diatriba de Jorge Ramos, con la cual el activista y periodista de Univision marcaría su resistencia. Pero revela más.
La columna, escrita luego de la conferencia de prensa preinaugural en el Trump Tower, no es sino una gran fanfarronada que procura ligar el fuerte intercambio entre Trump y Jim Acosta de CNN con la expulsión manufacturada de Ramos de la conferencia de prensa de Iowa.
Volvió a ocurrir. En su reciente conferencia de prensa Donald Trump atacó a un periodista que quería hacerle una pregunta. Sí, dentro de muy poco, Trump será el nuevo presidente de Estados Unidos. Pero lo que Trump no entiende es que, para nosotros los periodistas, él no es nuestro jefe.
Durante la conferencia de prensa en Nueva York, el corresponsal de CNN, Jim Acosta, trató en vano de hacerle una pregunta a Trump. La pregunta iba a ser sobre un controversial informe de inteligencia que había recibido Trump y que destaca la interferencia de Rusia en la pasada elección presidencial. Pero el presidente electo no lo dejó preguntar.
La diferencia principal entre Ramos y Acosta, por supuesto, es que Acosta hizo preguntas. Ramos, por otra parte, se dedicó a gritar una declaración tras otra antes de ser expulsado. Al igual que hizo tras lo de Iowa, Ramos le rinde flaco servicio tanto a periodistas como al periodismo al mezclar indebidamente el derecho a hacer preguntas con el derecho manufacturado a interrumpir, acosar, y gritar.
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El pavoneo continuo de Ramos socava sus comparaciones de Trump con hombres fuertes latinoamericanos tales como Hugo Chavez, al igual que lo hizo su silencio cuando periodistas sufrieron abusos de parte del gobierno. Como dije en octubre del 2015:
Cuando James Rosen (Fox News) fue nombrado por el Departamento de Justicia como co-conspirador delictivo en un caso de espionaje en 2010, el FBI obtuvo una orden judicial para apoderarse de su correo electrónico y de los registros de sus conversaciones telefónicas, así como rastrear sus movimientos hacia y desde el Departamento de Estado. No hubo ni la menor reacción de Ramos, ni en su sitio web ni en su prolífica cuenta de Twitter.
La noticia del escándalo de la grabación de las comunicaciones telefónicas de la AP mereció apenas un par de tuits, pero ninguna denuncia ni expresión de indignación aparte de presentar el suceso como parte de “una semana mala para la Casa Blanca”.
Ramos, quien aburre por predecible, levanta el espectro del racismo como una posible causal para los careos públicos de Trump con periodistas- a pesar de prueba contundente y abrumadora de que Trump usa su cuenta de twitter cuál látigo para fustigar a todos por igual. Y todo esto es un frente para disimular el verdarero propósito de la columna- la señalización de virtud de Ramos con la cual anuncia su ingreso a Lá Resistánce.
Ramos tiene toda la razón- Trump no es su jefe. Lo son los televidentes de Univision, y la más reciente evaluación de la cadena no es sino brutal- algo que Ramos debe considerar con humildad de aquí en adelante.